lunes, 13 de enero de 2020

Una chica de alas rojas. Capítulo 1

Era un sábado de Octubre, las ocho de la mañana en Málaga, una chica trans de veinticuatro años dormía en la cama del dormitorio de un apartamento, dormía desnuda y enredada entre sabanas con la cabeza bajo la almohada mientras otra chica cis estaba levantada y le dejaba un sobre en el suelo, se marchó de ahí vestida. Abrió los ojos al oír como se cerraba la puerta y salió de todo el enredo.
Era de piel blanca, delgada, de cuerpo femenino, medía un metro y sesenta cm, pechos pequeños, curvados y de areolas pequeñas y sin color, su pene de tan sólo de nueve centímetros con vello muy corto en su pubis, sus testículos eran pequeños y suaves y sin vello, su culo era redondo y pequeño con algunas estrías, su espalda era curvada con varias cicatrices y en su omóplato derecho un tatuaje que decía “don’t stop”, en sus muslos había cortes mal cicatrizados, su pelo era largo y pelirrojo, sus ojos eran grandes y eran verdes, sus cejas eran finas con una cicatriz en la ceja izquierda,  en su nariz había pecas y era fina y pequeña, su rostro era infantil, sus labios algo gruesos y de tonalidad rosada.
—Que rápido se van… —Dijo con una voz grave. —Debería ducharme y limpiarme un poco.
El dormitorio era sencillo, una cama de matrimonio de mantas y almohada grises y sabanas blancas, una lámpara ventilador en el techo justo sobre la cama, un armario empotrado de puertas de espejo frente a ella, al lado una mesita de noche con dos cajones y de madera, paredes grises, ninguna ventana, suelo de madera negro. 
Vio rodar un vibrador magic wand saliendo de las mantas, fue a pisar el suelo y pero vio un bote de lubricante y un plug anal por el suelo y los cogió. 
—Debí quitármelo durante la noche y dejarlo en la cama. —Los dejó en la mesilla de noche y se levantó, caminando con dificultad.
Siguió hasta el pasillo, siendo corto con un par de cuadros con imágenes de shibari, y una puerta a la izquierda y a la derecha por la que cruzó ésta última.
Era de azulejos amarillos y suelo de azulejos verdes, un lavabo muy limpio y con un armario debajo, váter y bidé, y una bañera de hidromasaje con una esponja y dos botes de ducha, era una habitación pequeña con un cuadro de un paisaje de prado frente al retrete, y un espejo sobre el lavabo con luces de camerino, en la puerta un pequeño perchero para una bata de baño y una bata de seda.
—Un día sin oír Ariel, solo necesito eso. —Abrió el grifo y puso el tapón.
Se marchó de nuevo al dormitorio y fue a la mesita de noche, abrió el cajón y había dos smartphones, uno negro y otro blanco, cogió el blanco y llamó mientras se sentaba en la cama. 
—Voy a estar libre mucho tiempo. —Sonó el móvil y puso el altavoz. 
—Dime ¿Qué hay? —Sonó un hombre con una voz muy masculina.
—Quería saber si te llegaron ayer las fotos. —Suspiró y fue sacando dos blísteres de pastillas, una rectangular y otra de anticonceptivos. —Y si has hecho la transferencia. 
—Voy ya a hacerla cuando salga del abogado, un buen divorcio, ver como la junta la despide, es un sueño realidad.
—Ya te dije que sería un buen dinero bien invertido. —Sonrió y dio una carcajada. —Ya sabes, quiero los cien mil y no nos conocemos. 
—Cuando termine todo podrías ser… 
—Adiós. —Colgó y se tomó una pastilla de cada blíster, las tragó mirando hacia arriba y cerrando los ojos, y suspiró. —No entiendo por qué la gente se enamora hasta verse de rodillas, si supieran que quieren realmente… la vida quizás sería más sencilla. 
Se levantó a la vez que cogía el móvil y caminó lentamente por el pasillo, caminaba tarareando y poniendo una playlist en su móvil de chillhop japonés. Entró en el baño, vio la bañera medio llena y dejó el móvil encima del lavabo para acabar mirándose en el espejo. 
—Dos años, mi cuerpo, mi mentalidad, he cambiado… quizás demasiado, bien o mal he cambiado. —Se recogió el pelo y se acarició los pechos, después se acarició las mejillas y cerró los ojos durante unos minutos y los abrió mirando el lavabo. —Seguramente no me acepten tampoco ahora, si no lo hicieron antes… 
Se metió en la bañera y se tumbó con cuidado hasta relajarse al sentir con calma el agua caliente en la que se hundía y la que caía en sus pies.
—Pero está bien, no me arrepiento. —Sonrió mientras se mojaba el rostro de agua con las manos. —Es mejor esto que vivir engañada, es mejor ser Zoe. 
La música sonaba mientras la bañera se llenaba, ella agitaba el agua suavemente y silbaba al unísono de la canción.
—Hace mucho que no llamo a Anabel, quizás deba llamarla. —Miró la puerta desde la bañera y estuvo pensativa por unos minutos, suspiró finalmente. —Aunque me hablará de Eva, no se si es buena idea.
Cerró los ojos, cerró el grifo con el pie y hubo un momento de silencio, tan solo perturbado por las gotas de agua que caían aún.
—Que demonios… la llamaré, no hablamos desde hace meses.
Estuvo media hora, en la que los últimos minutos se enjabonó el cuerpo con la esponja, pasándola más por los genitales y entre las nalgas. Se aclaró el cuerpo y salió del baño, se tambaleó un poco, se inclinó y se llevó la mano a la boca.
—No soporto… la-las… nauseas. —Intentó respirar y acabó tosiendo pero pudo volver a estar recta. —Me muero si es una gastroenteritis.
Apagó el móvil, lo cogió, se puso la bata de ducha y salió del baño, calmadamente fue al salón, que estaba al fondo del pasillo. 
Era grande, de paredes blancas, suelo de madera al igual que el dormitorio y el pasillo, tenía una ventana que daba al balcón, la entrada del apartamento como una puerta blanca de madera con dos cerrojos de cadena, una mesa en el centro, a los lados de la mesa un sofá de cuero negro y una televisión de plasma en la pared, sobre él una lámpara grande de cristal, a los lados de la televisión había dos estanterías de libros con cajones.
Fue a la estantería mas cercana, abrió el primer cajón, de entre linternas y botes de velas sacó un termómetro y lo agitó mientras se marchaba pero se paró al escuchar gente caminar al otro lado, entonces caminó a la puerta y notó la voz de un hombre, casi como si diese órdenes a otras personas.
—¿Vecino nuevo? —Echó un vistazo por la mirilla pero no veía nada, entonces oyó dos voces hablar entre ellas y se echó hacia atrás. —No debería cotillear, total, no creo que hable con ellos.
Se empezó a sentir mareada, golpeándose la cabeza contra la puerta y finalmente apoyando su cuerpo en la misma.
—Eh ¿Hay alguien espiando? —Una voz grave y tosca sonó, tocó el timbre y la puerta. —Eh, vecino siniestro.
Su respiración se aceleró, se volvió pálida, sudaba y empezó a tener arcadas, entonces se levantó con dificultad, se agarró al picaporte abriendo la puerta pero cayó al suelo desmayada.
Un chico entró, de veinticinco años, un metro y ochenta centímetros, piel morena, pelo castaño y largo, con un flequillo que tapaba un poco el lado izquierdo de su cara y una coleta hasta los hombros, ojos marrones y con las pestañas pintadas de negro, nariz pequeña con el puente torcido y un aro de piercing entre los agujeros, sin barba, labios carnosos, rostro delicado, cuerpo delgado y atlético, llevaba vaqueros negros, camiseta azul de manga larga y deportivas. 
Notó caricias en el pelo, una voz de un hombre, la fuerza con la que sostenían sus manos, sintió como era llevada en brazos y tumbada en algo blando.
—Estoy… estoy… es… —Miró el ventilador encendido y al chico con el termómetro en la mano. —No acepto…
—Soy médico y tu vecino así que cállate y reposa.
—No pare… pareces me…
—Hago prácticas y tengo el graduado ¿Te parece? —Miró el termómetro y se marchó, volvió y la miró de brazos cruzados. —No cierres la puerta ni te levantes.
—Ya te dije que…
—Quería ir a llenar la nevera pero ahora por tu culpa tengo que dejar diez euros en un bote por no cumplir con mi tarea. —Ella sonrió y él la miró muy enfadado. —No tiene gracia cuidar a una cría.
—No soy… 
—Odio a los pacientes.
Se marchó y ella se levantó, se arrastró por la pared, su rostro se enrojecía, dio unos pasos y cayó al suelo. Vio con dificultad como volvía a entrar con un estetoscopio y un tensiómetro.
—Si no quieres hacerme caso, lo haremos aquí. —Se arrodilló y le puso el brazal del tensiómetro en el antebrazo. —Total, yo no soy el paciente. 
—No te he pedido ayuda. —Le miró molesta y jadeando. —Me cuido sola. 
—Cállate. —Se puso el estetoscopio y la empezó a auscultar, avergonzándola y haciendo que mirase para otro lado. —Respira hondo y sin rechistar.
—Cerdo… —Vio como cerró los ojos e intentaba escuchar, obedeció y empezó a disfrutar un poco del tacto frío de la campana, entonces él paró. —¿Has disfrutado de meterme mano?
—No porque eres una pésima paciente. —Se miraron molestos, entonces empezó a inflar el brazal esperando su cara de incomodidad pero no se inmutó cuando él paró, arqueando la ceja. —¿Es que tanta juerga te deja insensible?
—No me monto juergas. —El chico hizo un gesto para que estuviera en silencio, le puso la campana entre el brazo y el antebrazo durante un minuto, entonces se lo quitó y desinfló el brazal. —Soy una…
—Una hipotensión, también tienes fiebre.
—Estoy bien… creo que…
Se intentó levantar pero no pudo, el chico le quitó el brazal, cogió las cosas y las dejó en la mesa, al darse la vuelta vio que Zoe estaba de pie y apoyada en la pared.
—Deja que te ayude. —Se acercó a ella con cuidado.
—Puedo yo sola ¿Vale? —Le dio un empujón y se tambaleó un poco. —Ahora vete de mi casa.
—¿Dejas de ser tan gilipollas? Solo te harás daño.
—¿Y? Es mi casa, mi vida, no te he pedido que me ayudes.
—¡Y yo no te he pedido permiso para hacerlo! Niñata gilipollas. —Vio como se movía con dificultad hasta el dormitorio. —Que te den. 
Zoe dejó caer la bata, se tumbó en la cama y se tapó con las mantas, empezó a temblar y se puso en posición fetal, entonces llegó el chico con un cuenco lleno de agua y un trapo dentro.
—Ponte bocarriba.
—Puedo hacerlo yo…
Zoe se puso bocarriba y vio al chico estrujar la toalla, cerró los ojos y suspiró indignada, sintiendo la toalla soltada por él sobre su frente, entonces dejó el cuenco en la cama. 
—No te duermas hasta que te traiga un ibuprofeno.
—Espero que disfrutes buscándolo.
Ella cerró los ojos, temblaba más y más y se empezaba a sentir adormilada, cayendo fácil en dormir. El chico volvió con una pastilla de ibuprofeno y un vaso de leche, los dejó en la mesilla de noche, la miró dormir sonrojada y con la respiración acelerada, sacándole una sonrisa. 
—No voy a disfrutar hoy del piso nuevo. —Se fue al pasillo, pero se paró por un momento. —Quizás sea el momento de hacer una amiga.
—Cállate… Eva… —Se empezó a reír el chico y se dio la vuelta, mirándola sonriente.
—Eva... Mi necronimo me persigue.
Se fue al salón, y se sentó en el sofá, miró toda la habitación tranquilamente y se relajó tumbándose de lado. 
Zoe empezó a soñar con el dormitorio, sus ojos estaban vendados pero podía ver su cuerpo, sentía la mordaza y la bola de la misma entre sus labios, sus manos estaban esposadas con esposas de bondage. Entonces vio la mano de una joven, entre sus dedos un cubito de hielo, empezó a pasarlo por su vientre pero Zoe solo gimió, entonces lo rozó por uno de sus senos, jadeaba sin cesar hasta que lo sintió en el pezón, lo que la hizo retorcerse, levantar los brazos y dar un fuerte gemido, una risa dulce se oyó después del resonar de las cadenas de las esposas.
—Dijimos que nada de moverse, Zoe. —Vio la mano acercándose al otro seno. —Vas a ser una buena chica, es lo que quieres ¿No? 
Ella apartó la mirada pero no pudo evitar sentir el hielo en su pezón, su respiración se aceleró pero no gimió, entonces sintió el hielo por su perineo y los dedos acariciando el glande, haciendo que gimiese. 
—Estas mona cuando te ves tan débil, me gusta que supieses tu lugar desde que viniste, te hace una buena chica, veamos cuanto aguantas el dolor. 
—¡Eva! —Gritó y se despertó, miró a todas partes y después sus muñecas, se dio cuenta que estaba sola, entonces notó la toalla mojada en su frente. —Ojalá esto también fuera una pesadilla.
Se quitó la toalla, tirándola al suelo, se levantó y caminó por el pasillo, pero se escondió y miró a escondidas al chico.
—Da un poco de miedo. —Se acercó a él con cuidado, le miró el rostro más de cerca y empezó a acariciarle el pelo. —Pero es mono.
—Vete a descansar, así estarás… —El chico abrió los ojos, al verla desnuda se sonrojó pero vio las cicatrices de los muslos. —…Mejor. 
La agarró del brazo y la tiró hacia él y la tumbó sobre su pecho, al acariciar el culo y los muslos la hizo sonrojarse y patalear.
—¡¿Qué crees que haces?!
—¿Por qué todo eso? —Vio las cicatrices de la espalda y la acarició de arriba abajo.
—¡Eso fue hace mucho! —Entonces el chico de forma inconsciente le dio un beso en el costado, sonrojándola y haciendo que le mirase enfadada. —¡Si quieres hacerme cosas, tendrás que pagarme, chaval! ¡¿O te crees que puedes ir de gratis?!
—No me interesa pagar por sexo y menos para estar contigo. —El chico suspiró y la soltó.
—Ja, ni a mí ofrecerte mis servicios, colega.
—Pero lo has hecho y me debes diez euros y llenar la nevera. —El chico apoyó la cabeza en el respaldo. —Y cuidar de ti y que no me hagas caso, y mi nombre es Noah, no chaval ni colega.
—Pero… ¡Dijiste que era tu trabajo!
—Y en mi trabajo me pagan, podría no haber hecho nada y fuiste una borde, merezco una compensación.
—Bien, vale. —Se sentó sobre las piernas del chico. —Diría una cita pero no sé ni tu nombre.
—Noah y no entiendo lo de la cita ¿Cómo sabes que me gustan las chicas? —El chico la miró de reojo.
—Ariel. —Sorprendida arqueó una ceja. —¿No te gustan?
—Te llamas Zoe, Ariel es un seudónimo. —Noah se rascó la barbilla y miró hacia arriba. —Y me gustan, soy hetero.
—Bien, genial. —Le miró enfadada por un momento y apartó la mirada. —Esta noche en tu casa, una cena y me dejas en paz.
—Nah, no es el plan que quiero.
—¡Es el mejor plan!
—Mi plan es mejor que una cena cutre en un apartamento nuevo. —El chico se inclinó, estando cara a cara, y sonrió de forma dulce, apartándose el flequillo y poniéndose el pelo tras las orejas, lo que hizo que Zoe se sonrojara. —Almuerza mañana conmigo, tengo trabajo de urgencias y salgo a las 3.
—¿Puedo negarme?
—Claro, solo es algo entre amigos, nada más. —Noah se levantó y la miró. —Si no te veo mañana en el Carlos Haya… nah, no vendrás.
—Espera. —Zoe le agarró de la mano y evitó mirarle a los ojos. —No he dicho que no, solo de amigos.
—¿Un sí? No pensé que una chica saldría con alguien como yo. —Noah empezó a acariciar las manos de Zoe y a sonreír. —Mientras no vayas con esa ropa.
—Si estoy desnuda.
—Ese era el chiste, que no llevas ropa ¿Sabes cómo funciona el arte de ligar?
—Lo sé bastante bien. —Lo miró indignada pero, al ver su sonrisa, apartó la mirada. —Solo de amigos, no querrás nada más.
—Puede, o puede que si quiera algo pero es algo que debes averiguar tú. —Noah caminó hasta la entrada. —Quizás necesites más citas.
—Entonces quédate hoy a cuidarme. —Zoe le miró seriamente, con el rostro sonrojado y un poco de saliva saliendo de sus labios. —Y te compensaré con dos citas más. 
—Yo… —El cuerpo de Noah se calentó y su rostro se sonrojó. —Obvio…obviamente no, tengo cosas que hacer en casa ¿Cómo voy a pasarme el día cuidando de una niña? No soy una niñera.
Se marchó del apartamento rápido, se fue al suyo, se apoyó en la puerta de su apartamento y se sentó con la espalda en él, empezó a sudar y a jadear y se sonrojó.
—No puede ser… no hablaba en serio, no puede gustarme una tía con ese carácter, no puede haber caído en salir conmigo si soy una patata en todo. —Noah mordió uno de sus dedos índice mientras se sonrojaba más y más. —Seguramente se olvidará… seguro, mañana no habrá pasado nada.