jueves, 13 de febrero de 2020

Hijos de Suburbia

Era una noche estrellada en Barcelona en el puerto, un mediados de Diciembre, podían verse las luces reflejarse en el mar, yo mientras sentada en la Yamaha deportiva, vistiendo un traje con corbata y el revolver escondido en el cinturón. Nadie me conoce y a la vez soy famosa para la Interpol, simplemente por tener el hobby del intercambio de objetos valiosos, tengo muchos nombres, delincuente, ladrona, mafiosa, Javier, en esta historia soy Ariel.
En el reflejo de los contenedores vi las luces de un coche, era un Mercedes negro sin matrícula, dejando claro que era el coche de la Marquesa, seguí mirando directamente al mar mientras la brisa acariciaba mi pelo castaño y largo envuelto en una trenza, mis ojos azules y mi rostro de veinticuatro años se reflejaban en el chasis de la moto mientras miraba el arma de mi cinturón.
—A mi señal. —Susurré con mi voz grave que tanto me caracteriza y me levanté.
Salieron dos hombres trajeados del coche, caminaron hacia mí decididos, se miraron y desenfundaron, apuntándome ambos pero ni me inmuté y volví a mirar al mar.
—Hoy hace una noche preciosa, Barcelona me recuerda a Paris en cierto sentido aunque el agua del Sena no es tan perfecta, solo es una dama encadenada, atada en luces y a circular por una ciudad preciosa. —Cogí una moneda del bolsillo de mi americana, era la marca que da la misma Marquesa a los miembros de su “familia”, monedas de oro hechas con un grabado de un lobo en una cara y otra. —Que gran noche fue esa.
—No queremos oír tus historias. —Habló el mas joven y mas nervioso, con esa falsa autoridad que le decora. 
Ese es el mayor insulto que alguien puede hacerme, sabe que me jode mucho eso y se atrevió.
—Una cita con una mujer preciosa, la hija de un empresario en su apartamento de los Campos Elíseos, una noche absolutamente perfecta a decir verdad porque la cena era increíble, un tartar de salmón… el vino era una reliquia bien envejecida, y que decir de la compañía… inaguantable pero no existe el postre perfecto. —Tiré la moneda al mar y me crucé de brazos. —La policía estaba alertada y llegando pero no me gusta cenar sin postre.
—¿A dónde quieres llegar? —Me habló sin respeto el joven, yo también soy joven pero por dentro soy una vieja.
—Pues al Sena, por supuesto, escapar frente a ellos, usar el metro… el Puente del Alma, en francés suena tan precioso, lanzarme al estar rodeada fue lo mejor, no perdón, encontrarme a mis amigos fue lo mejor al llegar a las Tuileries, unos jardines preciosos en la noche. —Me acerqué a él, apretó el gatillo pero no hubo disparo ante su sorpresa, su compañero finalmente le quitó el arma. —Y ahí estaba.
—¿Es una…? —Su rostro no tenía precio, asustado, nervioso, sudando como si fuera un día de verano. 
—Trampa, eso es, una cadena y unos bloques de hormigón para los topos, la reputación de una hija arruinada… un policía desaparecido. —Le miré a los ojos y sonreí con serenidad mientras su respiración se aceleraba. —¿Ves a donde acaba la historia? Por eso siempre hay que escucharme.
Le di un puñetazo a sabiendas de romperle la nariz, así al ahogarse dolería más, cogí su pistola y la desmonté.
—Odio más un arma imperfecta que un soplón, un topo y un infiltrado. —Cogí la pistola de su compañero y disparé a la rodilla izquierda si no recuerdo mal, todo mientras le pisaba la boca con uno de mis mocasines. —Y los planes, los planes que salen mal, por eso me empeño en la perfección.
—Tus amigos… en prisión o muertos… tu culpa. —Apenas podía entenderle mientras arañaba mis zapatos. 
—¿Mis amigos? Disculpa, no conoces como funciona mi mundo ¿No? —Un disparo se escuchó desde la grúa y el compañero cayó ante sus ojos sorprendidos. —Solo eres un turista, claramente no son mis amigos, son las piezas de mi plan, estabais tan obsesionados con pillarme que solo cogeréis a un puñado de ingenuos mientras los ladrones de verdad se escapan, y yo obviamente ya tengo lo que quería.
—¿Qué es…?
—Una noche perfecta con un chico mono e inocente, no puedo pedir más. 
Me senté en el capó del coche, desenfundé mi revolver y le apunté a la cabeza. Tan solo observaba el arma porque la tenía cargada con una bala en el tambor, mi S&W 637, tan pequeño y peligroso. 
—Ma… tame ya. —Tantas ganas de morir me daban ganas de vomitar.
—Mother Afrika, una obra perfecta de un gran artista y un bonito país en manos de una burguesa blanca ¿Vale la pena por proteger su colección de robos y asesinatos? —Apreté el gatillo y no ocurrió nada, cerré los ojos y miré al cielo. —Yo moriría por una obra para que sea vista por el mundo pero no para que sea escondida del mundo ¿Soy un monstruo por eso? 
—Es mi trabajo cumplir… la ley. 
—Sabiendo lo que hace y la protegéis, no se de que ley me hablas. —Me apunté a la cabeza y disparé pero no hubo bala.
—¡Deja…deja de jugar con… conmigo!
—¿Jugar? Esta es una conversación amena entre dos personas, jugar dice… jugar sería sacar unas cartas y apostar pero esto es charlar. —Le apunté y vi la sombra de alguien caminar. —Deberías hacerte un torniquete.
—¿Es una…?
—Broma, hoy no me apetece matar a un policía así que no estoy de broma. —Enfundé mi revolver y me levanté. —Si sobrevives, mándale un mensaje a la inspectora Hernández… todas las propiedades llevan a Roma.
—La gran debilidad de los burgueses españoles, una buena iglesia. —Ahí estaba él, con su voz masculina y ruda, un buscado por mas de doscientos asesinatos, pero nosotras lo llamamos Ryo. —Pero eso es asunto de terceros.
Iba con traje, una funda de cello a la espalda y un pasamontañas, sus mocasines impolutos y sus guantes de cuero negro. Le di la pistola y la enfundó bajo su chaqueta. 
—Deberías volver a la fiesta, ellos ya se habrán encargado de las obras. —Se marchaba haciendo una llamada con un móvil de prepago.
—Cierto, me espera un Martini y una señorita muy especial. —Saqué un paquete de chicles y me acerqué a él, me miró y sonreí. —No iba a darte chicles.
—Pues conduzco yo y te acerco lo menos posible.
—A ella no le hará gracia que le quites su coche nuevo.
—No pisará más este país ¿Qué más da?
Ambos nos reímos, caminamos unos minutos y abrimos un contenedor. Ryo se alejó hablando por teléfono, era un Maserati Ghibli sin matrícula y de color rojo. 
—Sí, la botella de siempre, mis ñoquis con esa salsa de salmón y verduras. —Se dio la vuelta, miró el coche decepcionado y luego entre nosotros para yo encogerme de brazos y sonreír cómicamente. —Sabía que pasaría… tráete alguna matricula sin marcar del refugio.
—¿Te refieres a las que llevo en la mano? —Era nuestra conductora, su voz ronca clásica, llevando las matrículas en una mano como un trofeo y en la otra una bolsa de Giornos. 
Era nuestra tercera parte, Kande, vistiendo traje, boina y braga tapando la parte superior de la boca, la mas inestable y con buena mano para todo, buscada por todo el globo por contrabando, secuestros, homicidios imprudentes, tráfico de drogas, armas y diez asesinatos como la guinda de cereza en un helado.
—Haz tu trabajo entonces. —Ryo estaba molesto pero yo le guiñé un ojo, vi como le daba la bolsa y se fue a por el coche con un destornillador sacado del bolsillo—Habrá que hacer un puente también.
—Nada de puentes, este coche se merece mucho amor. —Se tocó la chaqueta y hubo un sonido similar a llaves.
—¿Esto es parte de tu plan? Porque no lo recuerdo. —Se encaró frente a mí pero notaba como mi sonrisa le calmaba. 
—¿Te acuerdas de lo de París? Pues algo parecido.
—Anata wa orokada. —Suspiraba indignado pero comprendía la situación.
—Los mercenarios se están llevando todas las piezas robadas de la casa, el grupo de ladrones ya está llegando a la frontera, la policía ha detenido a los señuelos y está llegando a la fiesta todas las pruebas que implican que la marquesa ordenó el robo.
—¿Y Kande? —Vimos la matrícula atornillada y ella subiendo al coche.
—No lo sabía, hubo que improvisar. —Entonces sacó el coche y le toqué el hombro con una sonrisa. —Si no lo hubiera hecho… os habrían detenido y no puedo permitirme el lujo de perder amigos.
—Siempre se me hace raro que digas eso.
Se marchó durante unos minutos y volvió con una garrafa de gasolina, vertió una buena cantidad de gasolina en el suelo, nos reunimos los tres alrededor y Kande encendió un mechero.
—Ey. 
—¿Qué? Ah… Haces los honores, no hay vuelta atrás para el montón de mierda que habrá. —Me dio el mechero y lo cerré, vi que era de la marquesa, ese peso en oro y ese grabado del lobo, entendí que con ella empezaba todo. —¿Tiramos las monedas que nos diste?
—Sí y no lo intentes, las mías son falsas.
—Eres mala. 
Abrí el mechero y lo volví a cerrar, Ryo se quitó el pasamontañas y los guantes para arrojarlos al charco de gasolina, Kande hizo igual con la braga y la boina.
—Bien, te toca eliminarte. —Ryo se acercó a mí pero su altura no me imponía, me hizo mirar hacía arriba con su mano en mi barbilla, me puso sus dedos en mis ojos, me quitó las lentillas y las tiró al charco. —Me sorprende que no cuentes una historia ahora, siempre has cortado la tensión con alguna buena.
—¿Una historia alrededor de una hoguera que no está encendida? No tendría sentido ¿No crees? —Agaché la cabeza, me quitó la peluca arrojándola con desprecio y le miré con una ligera sonrisa. —No diría que sería deshonesto incluso, me gusta contarlas con un arma o en una cena.
—¿Y en una cena con un arma? —Kande me señaló con el dedo con complicidad.
—Un arma en una cena, eso es tener muy mal gusto, es el mejor momento para cenar en confianza ¿Sabes?
Abrí el mechero, lo dejé caer y prendió todo, las cosas ardían en una intensa llamarada iluminando mis ojos, la miraba fijamente mientras me metía las manos en los bolsillos y recordaba. Todo empezó con un incendio pero mi alma estaba pura y mis manos limpias, ese día mi alma ya estaba negra… nada puede limpiar tanta sangre.
—No puedo evitar verte pensativa. —Ryo desató mi pelo. —Suéltalo.
—¿Has tenido algo que has apreciado tanto y te lo han quitado delante de ti? Un juguete, un instrumento, un recuerdo.
—Un amigo.
—Entonces conoces esa sensación, la impotencia, la creencia de la traición, de la cobardía, esas ideas son falsas, lo sabes… lo sabes bien pero en todo tu cuerpo recorre esa idea, de que eres lo peor y le has fallado, les has fallado, y desciendes en un círculo de infelicidad, desconfianza, miedo, una depresión por algo que no es tu culpa pero lo crees, te agarras a eso como una droga… porque la culpa te mantiene alerta para no repetir lo mismo.
—Por eso tu abuelo intentó mantenerte lejos de todo este mundo, de su mundo. 
—Pero no puede alejarme del olor a gasolina y madera ardiendo, del sonido de un arma, del tacto de las teclas de un piano, de ver las fotos de un pasado que murió hace mucho… del sabor a sangre entre mis labios. —Miré al cielo buscando consuelo pero no podía responderme a mí misma. —¿Hasta que punto una persona corrompe su alma y se rodea de oscuridad por evitar o recuperar cosas que se han perdido? ¿Por acallar tanto tormento de una existencia inmerecida?
Kande se acercó a mí, oía sus pasos lentamente hasta llegar a mi espalda, noté entonces el sombrero fedora en mi cabeza cuya visera ocultaba la noche en mi vista.
—Esperaba una historia guay o una historia al menos, jope. —Kande se marchó mientras yo sonreía. —Me hubiera molado oír la historia de cuando estuviste en Los Ángeles.
—Lo tendré en cuenta para la próxima. 
—Ariel, deberíamos irnos. —Ryo puso su mano en mi hombro pero no podía evitar sonreír y resistirme a mi propio odio. —La policía no tardará en venir.
—Sí… que mala es la melancolía ¿No? —Empecé a buscar un cigarro en mi chaqueta. 
—Siempre es malo recordar. —Puso entonces entre mis labios un cigarro encendido, le miré y vi su rostro, sus rasgos japoneses, su pelo rubio y largo con ese flequillo mono y su trenza pequeña y discreta, su sonrisa imperfecta de esos labios finos, su mirada amable. —Pero espero algún día salvar tu alma. 
—Que cosas tan raras dices. —Me marché mientras disfrutaba del cigarro y me iba al coche. —¡Nunca dejas de sorprenderme! 
Caminé hacia el coche pero tuve una mala sensación, fue entonces cuando oí un disparo que ensordeció uno de mis oídos, apenas oí gritar a Ryo mi nombre, me había girado hacia él le miré y un disparo más se oyó, apenas pude oírlo y un dolor punzante en mi abdomen me atravesaba, me vi sangrar pero no me lo creía y me toqué la herida con las manos ¿Era mi sangre la que salía? ¿Iba a morir? No estaba asustada, la situación me sorprendió, obviamente, pero no tenía miedo, solo me preocupaba no tener una camisa buena en mi funeral.