Mi nombre es Suria, una elfa del cielo recogida por
una pareja de humanos, los duques de Orian. No recuerdo nada de mi pasado, nada
de mi infancia hasta que conocí a los duques, quienes me encontraron moribunda en
un camino con sólo cinco años y me llevaron a su hogar, salvando así mi vida.
Ellos me adoptaron y me criaron al curar a su hijo de una enfermedad incurable
por su raza, y a día de hoy, después de quince años y a pesar de que ya no
estén, cuido el hogar que me vio crecer cómo si fuera una guardiana, no para
mí, sino para su hijo, el futuro duque.
Esta historia empieza el día en el que él llegaría
de su viaje a la capital de Isha con el título oficial de duque bajo el brazo.
Yo, mientras, a la primera hora del alba,
despertaba como siempre. Tenía la costumbre de dormir desnuda ya que me era
incómodo vestir pijamas y me levantaba antes que cualquier sirviente.
Mi dormitorio no tenía nada de especial, una
habitación de paredes con papel pintado en blanco, suelo de madera, techo blanco
de madera también, una mesita de madera sencilla, mi cama de matrimonio con
sabanas de seda y mantas de lana, un espejo grande y armarios de madera.
Me levanté de la cama y me vi en el espejo, era
alta, joven con veinte años, delgada y atlética, de orejas picudas, piel blanca
con vello rubio muy pequeño de cintura para abajo y apenas visible, senos
pequeños y culo pequeño y redondeado, pene pequeño sin circuncidar y con vello
rubio muy corto alrededor, ojos de iris dorados, cejas recortadas y rubias,
rostro alargado, y cabellos dorados, rizados y largos hasta la cintura.
—Señorita Suria, vengo a vestirla. —Dijo una
sirvienta al otro lado de la puerta.
Me decidí a vestirme con una camisa blanca de
lino, unos pantalones grises de lino, mis botas de cuero y saqué mi espada ropera.
Estaba enfundada en una funda de cuero y acero, el mango de acero con tiras de
cuero y una hoja de acero de doble filo y punta afilada con inscripciones
grabadas.
Me la até a la cintura y salí del dormitorio para
encontrar a la sirvienta, en un pasillo de paredes de papel y con una alfombra
morada.
—Otro día más que no necesito ayuda. —Sonreí y la
sirvienta también.
—Agradezco que lo haga, la verdad, me quita
trabajo que hacer. —Asentí feliz y ella suspiró de alegría. —Pronto vendrá el
señor, han sido cinco años muy largos sin él.
—Sí… ya tendrá veinticinco años, dijo que iría a
reclamar su posición y acabó de expedición con la emperatriz a Loras. —Hablé
nostálgica y sonreí menos. —Espero haber estado a la altura de sus
expectativas.
—Lo hizo, señorita Suria, teníamos miedo de que…
bueno, con la muerte de los duques… viésemos perder siglos de nobleza. —La
sirvienta hizo una reverencia pero se lo impedí. —Gracias, señorita Suria.
—No lo hagas, sólo intento devolver lo que me han
dado y servir correctamente a Ánsel.
—Dicen que siempre estaba detrás de él desde que
llegó, siendo educada por él en todo momento. —Me rasqué la nuca avergonzada y
orgullosa. —Tiene suerte de tener un hermano tan atento.
—Sí… es genial. —Dudé pues no me sentía bien con
eso de ser hermanastros.
Me sentí mal al recordar nuestro último día
juntos, me sentía horrible, justo después del funeral debía marcharse y yo… le
insulté, porque le necesitaba, no quería estar sola, no quise llorar sola, y sé
que él tampoco, pero me pidió proteger el legado de sus padres mientras él
cumplía su deber, fui muy egoísta a pesar de todo, él me enseñó a ser un
caballero siendo tan joven y yo actué cómo una niña.
—¡Ya viene, el duque ya viene! —Gritó un
sirviente.
Me emocioné y fui corriendo, bajé las escaleras
del hall, corrí a las puertas de la entrada, salí al jardín, justo donde
siempre estacionan los carros de caballos y ahí estaba él bajando de su montura
cargada con una bolsa. Más alto que yo, piel blanca, atlético, ojos azules, cabellos
rojizos, lisos y largos hasta la cintura en forma de coleta, rostro pecoso, y
cejas pobladas rojizas. Estaba vestido con ropas similares a la mía además de
una coraza y espaldares de cuero, y su espada idéntica a la mía.
Estuvimos frente a él todos los sirvientes y yo,
nos arrodillamos y le ofrecí mi espada. Pude ver sus piernas acercarse a mí y
agaché la cabeza.
—Duque Ánsel, esperábamos su llegada. —Noté cómo
cogía mi espada y la comprobaba. —Esta servidora ha cuidado de las propiedades
del duque en su ausencia.
—Es lo que esperaba. —Me devolvió la espada y me
levanté cabizbaja. —Acompáñame y que alguien lo lleve al establo.
—Sí, duque Ánsel.
Caminamos juntos hasta la mansión y entramos en
silencio.
—Vamos a mi habitación. —Ordenó él con firmeza.
Ánsel era distinto, era frío, autoritario, no era
el joven dulce que se fue, y eso me asustaba.
Llegamos a la biblioteca, una sala pequeña con
estanterías llenas de libros, una mesa con dos sillas y un piano.
—¿Has tenido problemas? —Me preguntó mientras se sentaba
y negué con la cabeza. —¿Con otras familias nobles?
—Me temo que sí, duque, casi todas han intentado de
todo por arrebatar su título, propiedades y… todo en general. —Me miró
atentamente y me sentí intimidada. —Las familias D’ur y Urda han estado de su
lado apoyándole, curiosamente, sin pedir nada a cambio.
—Todo el mundo quiere algo siempre. —Me sentí
indignada y me arrodillé a su lado con la espada en el suelo. —Incluso tú, o no
habrías seguido aquí aguantando todo tipo de penurias sola.
—He aguantado como vuestra servidora, todo ha
sido para servir al duque. —Levanté la cabeza y le miré. —Mi vida siempre había
sido la de ser cuidada y protegida, pero el joven duque me dio un propósito, me
ordenó mi primer deber antes de irse, y es lo que he hecho y deseo seguir a su lado
como una humilde sierva si me lo permite ahora que está aquí.
Le vi sonrojarse y apartar la mirada, y agaché la
cabeza.
—Perdone… me he sobrepasado.
—Ordena que… que preparen mi desayuno y encárgate
de traerme todas las cartas y documentos para ponerme al día.
—Sí, duque.
Tardé varios minutos hasta una media hora, llegué
a la biblioteca de nuevo mientras los sirvientes dejaban montañas de libros de
cuentas, cartas y papeles ordenados por fechas. Ánsel estuvo tomando una taza
de café junto con una rodaja de pan en aceite y no se inmutó con mi presencia.
—Dejadnos solos. —Ordenó Ánsel y los sirvientes
se fueron. —Tienes ya veinte años.
—Sí, duque Ánsel.
—Te habrán pedido la mano.
—Sí pero no estoy interesada.
—Bien. —Ánsel asintió complacido. —La emperatriz
me ha ofrecido la mano de su hija.
—Me alegro por usted. —Dije decepcionada.
—La he rechazado. —Le vi dar un sorbo con toda la
tranquilidad cómo si nada. —No tengo interés aún en casarme.
—¿Puedo… preguntar si tiene algún interés en
alguien? —Pregunté avergonzada, y él tragó saliva sin reaccionar.
—Hay que trabajar.
No recuerdo cuanto estuvimos pero trabajamos
durante horas, me costó concentrarme un poco pero me sentía feliz de tenerlo de
vuelta. Después de aquello fui a mi dormitorio a intentar pensar, intentar
reflexionar sobre cuanto había cambiado y por qué evitó contestarme, el por qué
reaccionó de forma extraña al decir que estaba para él.
—Tengo que hablar con él. —Exclamé molesta.
Salí de mi dormitorio y fui al suyo corriendo.
—Du… —Dudé por un segundo, y abrí la puerta. —Ánsel,
yo…
Le vi desnudo, con su cuerpo tonificado, repleto
de cicatrices y otras heridas, completamente velloso, con su miembro sin
circuncidar, grande y largo pero flácido.
Fue la primera vez que le vi así, estaba segura de
que todas aquellas marcas venían de su viaje, y aún así no dejaba de estar
sonrojada, no debía pensar de una forma tan… lasciva pero lo hacía sin remedio,
no era cómo antes. De pequeña tan sólo me gustaba de una forma inocente, me
costaba mirarle y hablar con él pero siempre quería estar a su lado ¿Esta vez?
Mi imaginación se desbordaba, mi mente deseaba cosas que no debía y mi cuerpo
se encendió cruelmente, debía centrarme en hablar con él.
—Pásame el camisón. —Ordenó sin titubeos pero yo
me paralicé, no podía dejar de mirarle. —Suria ¿Vas a pasarme el camisón o vas
a quedarte mirando más tiempo?
—Sí… Ánsel… ¿Qué? —Pregunté y me avergoncé tanto
que aparté la mirada.
—Y ahora desvías la mirada, patético.
—Perdóneme…
Mi corazón se aceleraba, sentía tanto calor y
pánico que tuve que huir de allí y salir al jardín.
—Diosa… no puedo… —Noté cómo mi miembro estaba
erecto y abultado, y me enfadé ruborizada. —¡Mal, pene malo!
Había cambiado mucho físicamente, añadiendo su
nueva forma de ser, era intenso, pensaba que podría destrozarme si me
enfrentaba a él al ser más implacable y tener más fuerza que yo, le imaginaba derrotándome
en combate y pisando mi rostro con una de sus botas mientras me insultaba, algo
que me aterrorizó al principio pues era muy humillante pero después me encendió
más.
—Debería revisar los terrenos, quizás así me
despeje.
Estuve paseando durante un rato hasta salir del
jardín y cruzar las puertas del lugar. Vi la cuesta hacia abajo del camino,
rodeado de árboles y con prados a lo lejos.
Recordé el día entonces que me trajeron, estaba
dentro de un carro de caballos, desnuda
con cabellos largos que caían al suelo y abrazada a mi madrastra, quien me
tapaba apenas con un abrigo.
—Tranquila, estás a salvo. —Dijo con dulzura
mientras me acariciaba el cabello.
—¿Estás segura que es una chica, querida? —Preguntó
titubeando mi padrastro. —No creo… que lo sea.
—Pues reaccionó cuando la hablé en femenino, así
que entiende bien nuestro idioma y que es.
—Puede… ser…
—Habrá que comprarte muchos vestidos, pequeña.
Sonreí de forma boba y sentí un fuerte calor en
mi pecho.
—Les debo mi vida. —Me aparté los cabellos tras
las orejas. —Nunca podré pagar mi deuda con la familia.
Vi a varios jinetes por el camino dirigiéndose
hacia aquí, cerré las puertas y suspiré molesta.
—Ánsel debe descansar, me encargaré de ellos.
Me decidí a volver a la mansión a por un caballo,
donde una criada me esperaba.
—¿Ocurre algo? —Pregunté al verla asustada.
—Pues… fui a preguntar si le preparaba un baño
mientras le preparaban el almuerzo y…
—¿Y? —La vi temblar y le acaricié la cabeza.
—Tranquila ¿Vale?
—Dijo que se bañaría en el lago y que fuera usted
a verle de inmediato. —Me agarró con fuerza las manos. —Estaba enfadado y me da
miedo, sé que así es como un lord se encapricha, lo he visto.
—Menuda tontería. —Solté una carcajada pero a la
sirvienta le dio igual.
—¿Acaso no sabe que…? Bueno… los que han estado
tan lejos y en guerra… vuelven… ya sabe…
—¿Hambrientos, sedientos y con ganas de bañarse y
descansar? —Pregunté encogiéndome de hombros. —Voy a ver que necesita.
—Señorita Suria, tenga cuidado… por favor.
Me fui fuera, cruzando los jardines durante diez
minutos hasta llegar a un pequeño lago. Allí vi a Ánsel clavar su espada y
dejar a un lado un montón de ropa ordenada y sus botas.
—¿Duque Ánsel?
Me acerqué a él cabizbaja y le ofrecí mi espada
pero la cogió y tiró lejos.
—¿Te doy miedo? —Negué con la cabeza. —¿Segura?
—¿Puedo ser franca? Ha pasado tiempo y ha
cambiado mucho a cómo lo recordaba, es una… una persona distinta. —Cogió mi
mandíbula y me hizo mirarle a los ojos. —Pero mientras esté aquí con nosotros
soy feliz.
—¿Feliz? —Preguntó atentamente.
—Sí, desde la muerte de sus padres… yo quería…
digo… —Cerré los ojos y suspiré. —Me importas, Ánsel, mi vida no tiene
propósito más allá de estar a tu servicio, puede que muchos piensen en mí como
una Orian, su hermanastra, pero sólo soy una servidora más que busca estar
detrás de ti para servirte lo mejor que pueda, pase lo que pase.
—Siempre he confiado en ti desde que llegaste y salvaste
mi vida. —Agaché feliz la cabeza al sentir como subía su mano. —Y has mantenido
el honor y dignidad de mi familia desde mi partida.
—G-gracias… du… Ánsel. —Le miré de reojo y le vi
complacido. —Pero sólo cumplí sus deseos.
—Debo preguntarte y quiero que seas completamente
sincera. —Me volvió a coger de la mandíbula. —¿Harías cualquier cosa por mí?
—Claro… ¿A qué viene eso? —Pregunté sorprendida y
él sonrió.
—¿Y si te dijera que no he estado con una dama
desde que me fui? —Me avergoncé y ruboricé. —¿Aceptarías cualquier deseo mío?
No lo parecía, hablaba con mucha seriedad pero me
costaba creerlo ¿Era lo que creía que me pedía?
—No te… entiendo… —Acercó sus labios a los míos,
casi podían rozarse, mi corazón se aceleraba más rápido, y lo peor es que quise
aquello, quería que me besara.
—¡Duque Ánsel! —Gritó un sirviente a lo lejos.
Nos giramos fingiendo que nada ocurrió y le vimos
correr hacia nosotros.
—¿Por qué me molestas? —Dijo enfadado mientras yo
recogía mi espada. —¿Y bien?
—El conde… de Astara… está… —El sirviente jadeaba
sin parar. —Está… en la puerta… exigiendo invitación.
—Duque, me encargaré de él. —Le miré decidida y
sonrió.
—¿Ese enclenque sigue molestando? Algunas cosas
no cambian. —Cogió su ropa y empezó a vestirse.
El conde de Astara, Adren, era un amigo de Ánsel,
eran durante su infancia pero en la adolescencia cambió ¿El origen? Celos, por su
estatus, su riqueza, incluso mi interés por el propio Ánsel era una molestia
para él, llegando a mandarnos cartas muy molestas, y al extremo de suplicar a
sus padres para hacer un matrimonio de conveniencia entre él y yo con sólo
quince años ¿Era irritante? Demasiado pero durante cinco años ha sido
tranquilo, no ha venido a hacer nada hasta hoy.
Llegamos a la puerta y ahí estaba acompañado de
unos tres soldados con armadura de cuero. Era tan alto cómo nosotros dos, de
piel blanca, delgado, pelo castaño y rizado, ojos azules.
—Es un placer verte, mi bella Eliar. —Quise
vomitar pero Ánsel dio un paso al frente y bajé la cabeza. —Y a ti Ánsel, nuevo
duque de Orian.
—¿A qué has venido? —Preguntó molesto.
—A veros a ambos, quería comprar las concesiones
de los pueblos del ducado de Orian de aquí al oeste.
—No estoy interesado.
—Es una pena, por los aldeanos claro, he oído de
una banda de maleantes que han llegado de los condados libres y sé de buena
tinta que son difíciles de defender esos pueblos. —Le miré enfadado pero Ánsel
posó sus ojos en mí y me mantuve cabizbaja. —Yo podría protegerlos mejor.
—Lárgate. —Ánsel desenfundó un poco su espada.
—No te pongas así, seguro que podemos llegar a
otro acuerdo. —Adren me miró y sonrió. —¿Qué tal la mano de la joven Suria? Si
se casa conmigo, yo defendería sin miedo el territorio de su familia.
—No, ahora vete de mis tierras antes de que te
mate.
—¿Por qué? La cuidaría muy bien, le mostraría a
ese coñito de elfa cómo darle amor. —Estaba más enfadada con cada palabra,
quería matarle yo misma pero entonces Ánsel me cogió de la cintura por detrás y
me agarró de la mandíbula con firmeza.
—Esos pueblos forman parte de mi hogar y Suria es
solamente mía.
Mi cuerpo volvió a calentarse demasiado ¿Era
necesario eso? ¿Qué dijese todo aquello ante ese inútil bocazas? Si supiera lo cruel
de esas palabras… seguramente las repetiría delante incluso del hijo de la
emperatriz, pero realmente era cierto, soy de Ánsel, mi vida es suya porque así
lo afirmé y juré.
—Estoy seguro que la emperatriz no aceptaría que
tuvieras una Eliar de sierva, podría arrebatarte el título y ofrecérmelo.
—Lloriquéala en tus cartas cómo siempre pero vete
de mis tierras o te mataré.
—Tú mismo entonces, buen duque.
Ánsel entonces me cogió del brazo y me llevó a la
mansión.
—¿Duque Ánsel? —Pregunté preocupada pero me
ignoró.
Entramos en la mansión, subimos las escaleras y
me hizo entrar en su dormitorio de un empujón.
—¡¿Qué ocurre?!
Exclamé y me giré, en ese momento me besó, fue
dulce y a la vez rudo al tener sus manos en mi espalda y mi cabello.
—Desde que he llegado… he intentado resistirme a
ti. —Me ruboricé y empecé a jadear. —Pero verte tan… tan servicial y… cambiada,
y ahora esto, imaginar que pueda poner sus sucias manos en…
—¿Estás bien? —Pregunté al verle estar tan mal y
le acaricié el pecho.
—Creo que sí. —Me acarició la cabeza y me sentí
nerviosa.
Aún así no me hizo sentir mal de ninguna forma,
más bien al contrario, pensé en todo lo que habrá pasado en la guerra, en lo
que sentía en aquel momento y decidí ayudarle al mismo tiempo que aceptaba mis
deseos más oscuros.
—Duque Ánsel. —Desanudé mi camisa, me la quité
por las mangas y la dejé caer. —Debe estar cansado de haber viajado a caballo
hasta aquí.
Acercó sus labios a mis oídos y jadeé completamente
encendida.
—¿Estás segura de que quieres cederte a mí?
Me quité las botas y los pantalones, fui a la
cama y me arrodillé sobre ella. Pude notar cómo me miraba de arriba hacia
abajo, le vi complacido y se acercó a mí.
—Dijiste que había cambiado, tienes razón, me
siento vacío, tosco, cruel… Xrem.
Vi como un circulo negro mágico surgía de sus
manos, unos tentáculos del techo se enredaron en mis muñecas, levantando mis
brazos y quemando mi piel como si cera caliente cayera ahí. Intenté mirarle a
los ojos pero estaba demasiado encendida, podía sentir su control y su mirada
en mí.
—¿Te molesta? —Susurró y negué con la cabeza. —¿Y
ahora?
Me agarró del cuello con fuerza y con una mano, sentí
los dedos de su otra mano en uno de mis senos apretándolo con fuerza. Le miré
totalmente descontrolada, babeando y gimiendo.
—Puedo parar ¿Es lo que quieres? —No entendía
nada y apretó con fuerza el pezón.
—Án… sel… —Gemí intentando respirar y me soltó.
Agaché la cabeza y vi mi pene erecto, soltando
fluido preseminal.
—No voy a forzarte.
—Servirte es mi único deber… —Tragué saliva y levanté
la cabeza. —Sólo deseo tu placer.
Acarició mi mejilla derecha, e instintivamente
abrí la boca para sacar la lengua.
—¿Cómo puedes encender mi cuerpo de esta forma? —Presionó
mi lengua con su pulgar, haciendo que soltase gotas de saliva. —Cediendo tu
voluntad, tu cuerpo… tu mente…
Ni yo lo sabía, cómo podía estar encendida sólo
con cumplir sus deseos y buscar su aprobación era nuevo para mí ¿Qué me ocurría?
Siempre le había seguido y estado a su lado pero ahora tenía otro sentido y
otro fin, no me hacía feliz sólo estar a su lado, me hacía feliz verle
disfrutar, sentirle bien… me hacía feliz ser suya.
—Ánsel… tócame… —Supliqué entre jadeos y
apretando los puños. —Porfavor…
Pude sentir entonces su otra mano en mi pene, sus
dedos acariciándome mi piel, estremeciéndome, anticipándome a tal placer, para bajar
después su mano a mis testículos.
—Relájate… con calma.
La intensidad y dulzura de su voz susurrándome hacía
que me dejase llevar sin control.
Noté uno de sus dedos introducirlo en alguna zona
extraña, bajo mi ingle, dolía pero me hacía sentir placer, me estremecía al
notar presión y moverlo.
—No puedo… Ánsel…
Lo movió
más rápido, temblé y gemí sin remedio notando el movimiento de sus dedos.
—Ánsel… Ánsel… —Le miré babeando y sonrió
satisfecho. —No puedo… no aguanto…
Separó los dedos y se arrodilló ante mí para
besar el glande, lo introdujo entre sus labios y me miró pero aparté la mirada
completamente avergonzada.
Pude entender que pensaba, en mi cabeza resonaba
“patética” con esos ojos, y posiblemente lo fuera, estar atada, haber cedido mi
cuerpo y mente, y que fuese él la primera persona en quien confío, en… verme de
esta manera. Sabía que podría hacer conmigo todo lo que deseara, todo cuanto quisiera
sin que yo pudiera evitarlo, estaba a su merced, y aún así confiaba en él, pensando
en que cualquier límite que tuviera alguno de los dos jamás lo cruzará uno sin el
permiso del otro.
—Úsame… —Susurré gimiendo entre el placer de sus labios
y el dolor en mis muñecas.
Lo metió hasta el fondo y noté cómo tocaba su campanilla
con mi punta, me miró y no pude evitar sentirme más encendida, queriendo acariciarle
el cabello sin poder hacerlo.
—Se siente demasiado bien… es demasiado… para mí…
La sacó dejando un hilo de saliva entre sus labios
y mi pene, me miró mientras se levantaba y se acercaba a mi rostro, y me besó con
rudeza. Su lengua presionaba la mía, jugando con ella y sentí sus dedos retirando
la piel de la punta de mi miembro, las yemas acariciando mi glande mojado por saliva,
haciendo que estuviera más sensible y las notase mucho más. Me estremecía y gemía
sin control alguno, sollozaba y no podía resistir, en mi cabeza resonaba su nombre
sin parar, quería gemirlo, y entonces noté cómo algo en mí quería salir. Ya lo había
sentido antes cuando yo misma me tocaba pero era distinto, con más fuerza y más
ganas, quería venirme, no me importaba nada más.
—Diosa… —Gemí al parar de besarme, volviendo a dejar
un hilo entre nuestros labios y mi mandíbula empezó a temblar. —Me voy a… no…
Se volvió a arrodillar y lo sentí, sus labios ahí,
su lengua jugando en círculos con mi glande, y mi cuerpo tembloroso deseando liberarse.
Las palpitaciones de mi miembro fueron más intensas, y cuando empecé a gemir sin
parar el nombre de Ánsel, su lengua fue más lento, notándola más.
—Ánsel… ¡A-Ánsel! —Gemí y noté venirme dentro de la
boca de Ánsel con una buena cantidad de fluidos. —Maestro…
Se apartó a la vez que tragaba y dejaba un hilo de
fluido seminal entre nosotros. Los tentáculos desaparecieron y caí tumbada de lado,
jadeando de cansancio y placer.
—Ya es casi la hora del almuerzo. —Se sentó a mi lado
y me acarició la cabeza. —Ordenaré que te den un baño.
—Quédese conmigo… —Susurré y le vi sonreír.