martes, 29 de junio de 2021

La guardiana del joven duque. Relato

Mi nombre es Suria, una elfa del cielo recogida por una pareja de humanos, los duques de Orian. No recuerdo nada de mi pasado, nada de mi infancia hasta que conocí a los duques, quienes me encontraron moribunda en un camino con sólo cinco años y me llevaron a su hogar, salvando así mi vida. Ellos me adoptaron y me criaron al curar a su hijo de una enfermedad incurable por su raza, y a día de hoy, después de quince años y a pesar de que ya no estén, cuido el hogar que me vio crecer cómo si fuera una guardiana, no para mí, sino para su hijo, el futuro duque.

Esta historia empieza el día en el que él llegaría de su viaje a la capital de Isha con el título oficial de duque bajo el brazo.

Yo, mientras, a la primera hora del alba, despertaba como siempre. Tenía la costumbre de dormir desnuda ya que me era incómodo vestir pijamas y me levantaba antes que cualquier sirviente.

Mi dormitorio no tenía nada de especial, una habitación de paredes con papel pintado en blanco, suelo de madera, techo blanco de madera también, una mesita de madera sencilla, mi cama de matrimonio con sabanas de seda y mantas de lana, un espejo grande y armarios de madera.

Me levanté de la cama y me vi en el espejo, era alta, joven con veinte años, delgada y atlética, de orejas picudas, piel blanca con vello rubio muy pequeño de cintura para abajo y apenas visible, senos pequeños y culo pequeño y redondeado, pene pequeño sin circuncidar y con vello rubio muy corto alrededor, ojos de iris dorados, cejas recortadas y rubias, rostro alargado, y cabellos dorados, rizados y largos hasta la cintura.

—Señorita Suria, vengo a vestirla. —Dijo una sirvienta al otro lado de la puerta.

Me decidí a vestirme con una camisa blanca de lino, unos pantalones grises de lino, mis botas de cuero y saqué mi espada ropera. Estaba enfundada en una funda de cuero y acero, el mango de acero con tiras de cuero y una hoja de acero de doble filo y punta afilada con inscripciones grabadas.

Me la até a la cintura y salí del dormitorio para encontrar a la sirvienta, en un pasillo de paredes de papel y con una alfombra morada.

—Otro día más que no necesito ayuda. —Sonreí y la sirvienta también.

—Agradezco que lo haga, la verdad, me quita trabajo que hacer. —Asentí feliz y ella suspiró de alegría. —Pronto vendrá el señor, han sido cinco años muy largos sin él.

—Sí… ya tendrá veinticinco años, dijo que iría a reclamar su posición y acabó de expedición con la emperatriz a Loras. —Hablé nostálgica y sonreí menos. —Espero haber estado a la altura de sus expectativas.

—Lo hizo, señorita Suria, teníamos miedo de que… bueno, con la muerte de los duques… viésemos perder siglos de nobleza. —La sirvienta hizo una reverencia pero se lo impedí. —Gracias, señorita Suria.

—No lo hagas, sólo intento devolver lo que me han dado y servir correctamente a Ánsel.

—Dicen que siempre estaba detrás de él desde que llegó, siendo educada por él en todo momento. —Me rasqué la nuca avergonzada y orgullosa. —Tiene suerte de tener un hermano tan atento.

—Sí… es genial. —Dudé pues no me sentía bien con eso de ser hermanastros.

Me sentí mal al recordar nuestro último día juntos, me sentía horrible, justo después del funeral debía marcharse y yo… le insulté, porque le necesitaba, no quería estar sola, no quise llorar sola, y sé que él tampoco, pero me pidió proteger el legado de sus padres mientras él cumplía su deber, fui muy egoísta a pesar de todo, él me enseñó a ser un caballero siendo tan joven y yo actué cómo una niña.

—¡Ya viene, el duque ya viene! —Gritó un sirviente.

Me emocioné y fui corriendo, bajé las escaleras del hall, corrí a las puertas de la entrada, salí al jardín, justo donde siempre estacionan los carros de caballos y ahí estaba él bajando de su montura cargada con una bolsa. Más alto que yo, piel blanca, atlético, ojos azules, cabellos rojizos, lisos y largos hasta la cintura en forma de coleta, rostro pecoso, y cejas pobladas rojizas. Estaba vestido con ropas similares a la mía además de una coraza y espaldares de cuero, y su espada idéntica a la mía.

Estuvimos frente a él todos los sirvientes y yo, nos arrodillamos y le ofrecí mi espada. Pude ver sus piernas acercarse a mí y agaché la cabeza.

—Duque Ánsel, esperábamos su llegada. —Noté cómo cogía mi espada y la comprobaba. —Esta servidora ha cuidado de las propiedades del duque en su ausencia.

—Es lo que esperaba. —Me devolvió la espada y me levanté cabizbaja. —Acompáñame y que alguien lo lleve al establo.

—Sí, duque Ánsel.

Caminamos juntos hasta la mansión y entramos en silencio.

—Vamos a mi habitación. —Ordenó él con firmeza.

Ánsel era distinto, era frío, autoritario, no era el joven dulce que se fue, y eso me asustaba.

Llegamos a la biblioteca, una sala pequeña con estanterías llenas de libros, una mesa con dos sillas y un piano.

—¿Has tenido problemas? —Me preguntó mientras se sentaba y negué con la cabeza. —¿Con otras familias nobles?

—Me temo que sí, duque, casi todas han intentado de todo por arrebatar su título, propiedades y… todo en general. —Me miró atentamente y me sentí intimidada. —Las familias D’ur y Urda han estado de su lado apoyándole, curiosamente, sin pedir nada a cambio.

—Todo el mundo quiere algo siempre. —Me sentí indignada y me arrodillé a su lado con la espada en el suelo. —Incluso tú, o no habrías seguido aquí aguantando todo tipo de penurias sola.

—He aguantado como vuestra servidora, todo ha sido para servir al duque. —Levanté la cabeza y le miré. —Mi vida siempre había sido la de ser cuidada y protegida, pero el joven duque me dio un propósito, me ordenó mi primer deber antes de irse, y es lo que he hecho y deseo seguir a su lado como una humilde sierva si me lo permite ahora que está aquí.

Le vi sonrojarse y apartar la mirada, y agaché la cabeza.

—Perdone… me he sobrepasado.

—Ordena que… que preparen mi desayuno y encárgate de traerme todas las cartas y documentos para ponerme al día.

—Sí, duque.

Tardé varios minutos hasta una media hora, llegué a la biblioteca de nuevo mientras los sirvientes dejaban montañas de libros de cuentas, cartas y papeles ordenados por fechas. Ánsel estuvo tomando una taza de café junto con una rodaja de pan en aceite y no se inmutó con mi presencia.

—Dejadnos solos. —Ordenó Ánsel y los sirvientes se fueron. —Tienes ya veinte años.

—Sí, duque Ánsel.

—Te habrán pedido la mano.

—Sí pero no estoy interesada.

—Bien. —Ánsel asintió complacido. —La emperatriz me ha ofrecido la mano de su hija.

—Me alegro por usted. —Dije decepcionada.

—La he rechazado. —Le vi dar un sorbo con toda la tranquilidad cómo si nada. —No tengo interés aún en casarme.

—¿Puedo… preguntar si tiene algún interés en alguien? —Pregunté avergonzada, y él tragó saliva sin reaccionar.

—Hay que trabajar.

No recuerdo cuanto estuvimos pero trabajamos durante horas, me costó concentrarme un poco pero me sentía feliz de tenerlo de vuelta. Después de aquello fui a mi dormitorio a intentar pensar, intentar reflexionar sobre cuanto había cambiado y por qué evitó contestarme, el por qué reaccionó de forma extraña al decir que estaba para él.

—Tengo que hablar con él. —Exclamé molesta.

Salí de mi dormitorio y fui al suyo  corriendo.

—Du… —Dudé por un segundo, y abrí la puerta. —Ánsel, yo…

Le vi desnudo, con su cuerpo tonificado, repleto de cicatrices y otras heridas, completamente velloso, con su miembro sin circuncidar, grande y largo pero flácido.

Fue la primera vez que le vi así, estaba segura de que todas aquellas marcas venían de su viaje, y aún así no dejaba de estar sonrojada, no debía pensar de una forma tan… lasciva pero lo hacía sin remedio, no era cómo antes. De pequeña tan sólo me gustaba de una forma inocente, me costaba mirarle y hablar con él pero siempre quería estar a su lado ¿Esta vez? Mi imaginación se desbordaba, mi mente deseaba cosas que no debía y mi cuerpo se encendió cruelmente, debía centrarme en hablar con él.

—Pásame el camisón. —Ordenó sin titubeos pero yo me paralicé, no podía dejar de mirarle. —Suria ¿Vas a pasarme el camisón o vas a quedarte mirando más tiempo?

—Sí… Ánsel… ¿Qué? —Pregunté y me avergoncé tanto que aparté la mirada.

—Y ahora desvías la mirada, patético.

—Perdóneme…

Mi corazón se aceleraba, sentía tanto calor y pánico que tuve que huir de allí y salir al jardín.

—Diosa… no puedo… —Noté cómo mi miembro estaba erecto y abultado, y me enfadé ruborizada. —¡Mal, pene malo!

Había cambiado mucho físicamente, añadiendo su nueva forma de ser, era intenso, pensaba que podría destrozarme si me enfrentaba a él al ser más implacable y tener más fuerza que yo, le imaginaba derrotándome en combate y pisando mi rostro con una de sus botas mientras me insultaba, algo que me aterrorizó al principio pues era muy humillante pero después me encendió más.

—Debería revisar los terrenos, quizás así me despeje.

Estuve paseando durante un rato hasta salir del jardín y cruzar las puertas del lugar. Vi la cuesta hacia abajo del camino, rodeado de árboles y con prados a lo lejos.

Recordé el día entonces que me trajeron, estaba dentro de un carro de caballos,  desnuda con cabellos largos que caían al suelo y abrazada a mi madrastra, quien me tapaba apenas con un abrigo.

—Tranquila, estás a salvo. —Dijo con dulzura mientras me acariciaba el cabello.

—¿Estás segura que es una chica, querida? —Preguntó titubeando mi padrastro. —No creo… que lo sea.

—Pues reaccionó cuando la hablé en femenino, así que entiende bien nuestro idioma y que es.

—Puede… ser…

—Habrá que comprarte muchos vestidos, pequeña.

Sonreí de forma boba y sentí un fuerte calor en mi pecho.

—Les debo mi vida. —Me aparté los cabellos tras las orejas. —Nunca podré pagar mi deuda con la familia.

Vi a varios jinetes por el camino dirigiéndose hacia aquí, cerré las puertas y suspiré molesta.

—Ánsel debe descansar, me encargaré de ellos.

Me decidí a volver a la mansión a por un caballo, donde una criada me esperaba.

—¿Ocurre algo? —Pregunté al verla asustada.

—Pues… fui a preguntar si le preparaba un baño mientras le preparaban el almuerzo y…

—¿Y? —La vi temblar y le acaricié la cabeza. —Tranquila ¿Vale?

—Dijo que se bañaría en el lago y que fuera usted a verle de inmediato. —Me agarró con fuerza las manos. —Estaba enfadado y me da miedo, sé que así es como un lord se encapricha, lo he visto.

—Menuda tontería. —Solté una carcajada pero a la sirvienta le dio igual.

—¿Acaso no sabe que…? Bueno… los que han estado tan lejos y en guerra… vuelven… ya sabe…

—¿Hambrientos, sedientos y con ganas de bañarse y descansar? —Pregunté encogiéndome de hombros. —Voy a ver que necesita.

—Señorita Suria, tenga cuidado… por favor.

Me fui fuera, cruzando los jardines durante diez minutos hasta llegar a un pequeño lago. Allí vi a Ánsel clavar su espada y dejar a un lado un montón de ropa ordenada y sus botas.

—¿Duque Ánsel?

Me acerqué a él cabizbaja y le ofrecí mi espada pero la cogió y tiró lejos.

—¿Te doy miedo? —Negué con la cabeza. —¿Segura?

—¿Puedo ser franca? Ha pasado tiempo y ha cambiado mucho a cómo lo recordaba, es una… una persona distinta. —Cogió mi mandíbula y me hizo mirarle a los ojos. —Pero mientras esté aquí con nosotros soy feliz.

—¿Feliz? —Preguntó atentamente.

—Sí, desde la muerte de sus padres… yo quería… digo… —Cerré los ojos y suspiré. —Me importas, Ánsel, mi vida no tiene propósito más allá de estar a tu servicio, puede que muchos piensen en mí como una Orian, su hermanastra, pero sólo soy una servidora más que busca estar detrás de ti para servirte lo mejor que pueda, pase lo que pase.

—Siempre he confiado en ti desde que llegaste y salvaste mi vida. —Agaché feliz la cabeza al sentir como subía su mano. —Y has mantenido el honor y dignidad de mi familia desde mi partida.

—G-gracias… du… Ánsel. —Le miré de reojo y le vi complacido. —Pero sólo cumplí sus deseos.

—Debo preguntarte y quiero que seas completamente sincera. —Me volvió a coger de la mandíbula. —¿Harías cualquier cosa por mí?

—Claro… ¿A qué viene eso? —Pregunté sorprendida y él sonrió.

—¿Y si te dijera que no he estado con una dama desde que me fui? —Me avergoncé y ruboricé. —¿Aceptarías cualquier deseo mío?

No lo parecía, hablaba con mucha seriedad pero me costaba creerlo ¿Era lo que creía que me pedía?

—No te… entiendo… —Acercó sus labios a los míos, casi podían rozarse, mi corazón se aceleraba más rápido, y lo peor es que quise aquello, quería que me besara.

—¡Duque Ánsel! —Gritó un sirviente a lo lejos.

Nos giramos fingiendo que nada ocurrió y le vimos correr hacia nosotros.

—¿Por qué me molestas? —Dijo enfadado mientras yo recogía mi espada. —¿Y bien?

—El conde… de Astara… está… —El sirviente jadeaba sin parar. —Está… en la puerta… exigiendo invitación.

—Duque, me encargaré de él. —Le miré decidida y sonrió.

—¿Ese enclenque sigue molestando? Algunas cosas no cambian. —Cogió su ropa y empezó a vestirse.

El conde de Astara, Adren, era un amigo de Ánsel, eran durante su infancia pero en la adolescencia cambió ¿El origen? Celos, por su estatus, su riqueza, incluso mi interés por el propio Ánsel era una molestia para él, llegando a mandarnos cartas muy molestas, y al extremo de suplicar a sus padres para hacer un matrimonio de conveniencia entre él y yo con sólo quince años ¿Era irritante? Demasiado pero durante cinco años ha sido tranquilo, no ha venido a hacer nada hasta hoy.

Llegamos a la puerta y ahí estaba acompañado de unos tres soldados con armadura de cuero. Era tan alto cómo nosotros dos, de piel blanca, delgado, pelo castaño y rizado, ojos azules.

—Es un placer verte, mi bella Eliar. —Quise vomitar pero Ánsel dio un paso al frente y bajé la cabeza. —Y a ti Ánsel, nuevo duque de Orian.

—¿A qué has venido? —Preguntó molesto.

—A veros a ambos, quería comprar las concesiones de los pueblos del ducado de Orian de aquí al oeste.

—No estoy interesado.

—Es una pena, por los aldeanos claro, he oído de una banda de maleantes que han llegado de los condados libres y sé de buena tinta que son difíciles de defender esos pueblos. —Le miré enfadado pero Ánsel posó sus ojos en mí y me mantuve cabizbaja. —Yo podría protegerlos mejor.

—Lárgate. —Ánsel desenfundó un poco su espada.

—No te pongas así, seguro que podemos llegar a otro acuerdo. —Adren me miró y sonrió. —¿Qué tal la mano de la joven Suria? Si se casa conmigo, yo defendería sin miedo el territorio de su familia.

—No, ahora vete de mis tierras antes de que te mate.

—¿Por qué? La cuidaría muy bien, le mostraría a ese coñito de elfa cómo darle amor. —Estaba más enfadada con cada palabra, quería matarle yo misma pero entonces Ánsel me cogió de la cintura por detrás y me agarró de la mandíbula con firmeza.

—Esos pueblos forman parte de mi hogar y Suria es solamente mía.

Mi cuerpo volvió a calentarse demasiado ¿Era necesario eso? ¿Qué dijese todo aquello ante ese inútil bocazas? Si supiera lo cruel de esas palabras… seguramente las repetiría delante incluso del hijo de la emperatriz, pero realmente era cierto, soy de Ánsel, mi vida es suya porque así lo afirmé y juré.

—Estoy seguro que la emperatriz no aceptaría que tuvieras una Eliar de sierva, podría arrebatarte el título y ofrecérmelo.

—Lloriquéala en tus cartas cómo siempre pero vete de mis tierras o te mataré.

—Tú mismo entonces, buen duque.

Ánsel entonces me cogió del brazo y me llevó a la mansión.

—¿Duque Ánsel? —Pregunté preocupada pero me ignoró.

Entramos en la mansión, subimos las escaleras y me hizo entrar en su dormitorio de un empujón.

—¡¿Qué ocurre?!

Exclamé y me giré, en ese momento me besó, fue dulce y a la vez rudo al tener sus manos en mi espalda y mi cabello.

—Desde que he llegado… he intentado resistirme a ti. —Me ruboricé y empecé a jadear. —Pero verte tan… tan servicial y… cambiada, y ahora esto, imaginar que pueda poner sus sucias manos en…

—¿Estás bien? —Pregunté al verle estar tan mal y le acaricié el pecho.

—Creo que sí. —Me acarició la cabeza y me sentí nerviosa.

Aún así no me hizo sentir mal de ninguna forma, más bien al contrario, pensé en todo lo que habrá pasado en la guerra, en lo que sentía en aquel momento y decidí ayudarle al mismo tiempo que aceptaba mis deseos más oscuros.

—Duque Ánsel. —Desanudé mi camisa, me la quité por las mangas y la dejé caer. —Debe estar cansado de haber viajado a caballo hasta aquí.

Acercó sus labios a mis oídos y jadeé completamente encendida.

—¿Estás segura de que quieres cederte a mí?

Me quité las botas y los pantalones, fui a la cama y me arrodillé sobre ella. Pude notar cómo me miraba de arriba hacia abajo, le vi complacido y se acercó a mí.

—Dijiste que había cambiado, tienes razón, me siento vacío, tosco, cruel… Xrem.

Vi como un circulo negro mágico surgía de sus manos, unos tentáculos del techo se enredaron en mis muñecas, levantando mis brazos y quemando mi piel como si cera caliente cayera ahí. Intenté mirarle a los ojos pero estaba demasiado encendida, podía sentir su control y su mirada en mí.

—¿Te molesta? —Susurró y negué con la cabeza. —¿Y ahora?

Me agarró del cuello con fuerza y con una mano, sentí los dedos de su otra mano en uno de mis senos apretándolo con fuerza. Le miré totalmente descontrolada, babeando y gimiendo.

—Puedo parar ¿Es lo que quieres? —No entendía nada y apretó con fuerza el pezón.

—Án… sel… —Gemí intentando respirar y me soltó.

Agaché la cabeza y vi mi pene erecto, soltando fluido preseminal.

—No voy a forzarte.

—Servirte es mi único deber… —Tragué saliva y levanté la cabeza. —Sólo deseo tu placer.

Acarició mi mejilla derecha, e instintivamente abrí la boca para sacar la lengua.

—¿Cómo puedes encender mi cuerpo de esta forma? —Presionó mi lengua con su pulgar, haciendo que soltase gotas de saliva. —Cediendo tu voluntad, tu cuerpo… tu mente…

Ni yo lo sabía, cómo podía estar encendida sólo con cumplir sus deseos y buscar su aprobación era nuevo para mí ¿Qué me ocurría? Siempre le había seguido y estado a su lado pero ahora tenía otro sentido y otro fin, no me hacía feliz sólo estar a su lado, me hacía feliz verle disfrutar, sentirle bien… me hacía feliz ser suya.

—Ánsel… tócame… —Supliqué entre jadeos y apretando los puños. —Porfavor…

Pude sentir entonces su otra mano en mi pene, sus dedos acariciándome mi piel, estremeciéndome, anticipándome a tal placer, para bajar después su mano a mis testículos.

—Relájate… con calma.

La intensidad y dulzura de su voz susurrándome hacía que me dejase llevar sin control.

Noté uno de sus dedos introducirlo en alguna zona extraña, bajo mi ingle, dolía pero me hacía sentir placer, me estremecía al notar presión y moverlo.

—No puedo… Ánsel…

 Lo movió más rápido, temblé y gemí sin remedio notando el movimiento de sus dedos.

—Ánsel… Ánsel… —Le miré babeando y sonrió satisfecho. —No puedo… no aguanto…

Separó los dedos y se arrodilló ante mí para besar el glande, lo introdujo entre sus labios y me miró pero aparté la mirada completamente avergonzada.

Pude entender que pensaba, en mi cabeza resonaba “patética” con esos ojos, y posiblemente lo fuera, estar atada, haber cedido mi cuerpo y mente, y que fuese él la primera persona en quien confío, en… verme de esta manera. Sabía que podría hacer conmigo todo lo que deseara, todo cuanto quisiera sin que yo pudiera evitarlo, estaba a su merced, y aún así confiaba en él, pensando en que cualquier límite que tuviera alguno de los dos jamás lo cruzará uno sin el permiso del otro.

—Úsame… —Susurré gimiendo entre el placer de sus labios y el dolor en mis muñecas.

Lo metió hasta el fondo y noté cómo tocaba su campanilla con mi punta, me miró y no pude evitar sentirme más encendida, queriendo acariciarle el cabello sin poder hacerlo.

—Se siente demasiado bien… es demasiado… para mí…

La sacó dejando un hilo de saliva entre sus labios y mi pene, me miró mientras se levantaba y se acercaba a mi rostro, y me besó con rudeza. Su lengua presionaba la mía, jugando con ella y sentí sus dedos retirando la piel de la punta de mi miembro, las yemas acariciando mi glande mojado por saliva, haciendo que estuviera más sensible y las notase mucho más. Me estremecía y gemía sin control alguno, sollozaba y no podía resistir, en mi cabeza resonaba su nombre sin parar, quería gemirlo, y entonces noté cómo algo en mí quería salir. Ya lo había sentido antes cuando yo misma me tocaba pero era distinto, con más fuerza y más ganas, quería venirme, no me importaba nada más.

—Diosa… —Gemí al parar de besarme, volviendo a dejar un hilo entre nuestros labios y mi mandíbula empezó a temblar. —Me voy a… no…

Se volvió a arrodillar y lo sentí, sus labios ahí, su lengua jugando en círculos con mi glande, y mi cuerpo tembloroso deseando liberarse. Las palpitaciones de mi miembro fueron más intensas, y cuando empecé a gemir sin parar el nombre de Ánsel, su lengua fue más lento, notándola más.

—Ánsel… ¡A-Ánsel! —Gemí y noté venirme dentro de la boca de Ánsel con una buena cantidad de fluidos. —Maestro…

Se apartó a la vez que tragaba y dejaba un hilo de fluido seminal entre nosotros. Los tentáculos desaparecieron y caí tumbada de lado, jadeando de cansancio y placer.

—Ya es casi la hora del almuerzo. —Se sentó a mi lado y me acarició la cabeza. —Ordenaré que te den un baño.

—Quédese conmigo… —Susurré y le vi sonreír.

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